25 fevereiro 2007

Miss Mamá siglo XXI

eugenio suárez

Resulta sumamente difícil sustraerse a la tentación de meter mano a determinados temas de actualidad, sobre todo cuando son de entidad secundaria. La prensa, los medios de comunicación en general, se encuentran bien surtidos de asuntos que cubren sus redactores especiales o especializados y cuyo tratamiento debe ser respetado por los columnistas. Las incidencias del grotesco proceso del 11-M, que se intenta revestir de solemnidad, con presidentes pelados al doble cero, abogados que llevan la toga echada como un guardapolvos sobre la chupa informal, la abolición de la corbata negra y el traje oscuro, antaño indispensables entre los abogados, fiscales y jueces le dan un aire asambleario y confianzudo a la justicia. Inclúyase el comportamiento de los justiciables, encerrados en pintorescas jaulas de cristal, aburriéndose como simios, bostezando con motivo y, a veces, engarzando al oído no se sabe si el micrófono que transmite lo que sucede en la sala, a música moderna o cintas nativas.

¿En qué va a parar la justicia, cuando se resquebrajan las formas? Si es algo respetable, consiste, precisamente, en su rigor externo, que pone de relieve la sorprendente circunstancia de unos seres juzgando a sus semejantes por meras pruebas circunstanciales. Los reos, en muchas ocasiones, se pitorrean de las magistraturas, no responden a las inquisiciones que pudieran aclarar los hechos y, si llega el caso, con corte de mangas opcional, le dan la espalda al tribunal y confían en que los asuntos encuentren solución fuera de las vías penales que no tienen más remedio que aguantar.

Recuerdo que, hace muchos años, tuvo un tropiezo forense con un compañero de profesión, el entonces muy poderoso director del diario «Pueblo», Emilio Romero, ya fallecido, que, además, era procurador en Cortes. Yo mantuve mis posaderas sobre lo que se llamaba con propiedad el duro banquillo de los acusados y a él, por deferencia con su condición, le sacaron una silla a estrados, donde se acomodó, pero cometiendo la intolerable falta de respeto de cruzar las piernas. El presidente togado rugió al instante: «¡Guarde la debida compostura el testigo ante este tribunal!». Aquello despertó en mí una súbita simpatía por mi oponente que perduró más allá del incidente, que no merece la pena recordar.

Hemos leído que el Gobierno de la nación, a través de sus representantes, ha intervenido con brío y decisión en el asunto de la disputada corona de Miss Cantabria, una hermosa mujer que alcanzó el galardón vulnerando una de las cláusulas del concurso, que era el de ser soltera y sin descendencia próxima, en el tiempo de la elección y durante el año de vigencia del título. Tuve noticia, en su momento, de la existencia de algunas cláusulas, justificadas ante el temor de que las candidatas pudieran ser mediatizadas, utilizadas o explotadas por algún proxeneta, o por miembros desaprensivos de su familia directa o indirecta.

Este tipo de concursos podrá ser aprobado, rechazado o criticado cuanto se quiera. Generalmente, los sectores feministas lo encontraban poco idóneo para la propia estima de la mujer, no sé por qué, ya que se trata de un acto libre que, despojado de segundas intenciones, premia la belleza, la simpatía, la elegancia, la posibilidad de que una joven encuentre el camino de ganarse la vida en el mundo de la moda, del espectáculo, de lo que sea. O que satisfaga su santísima vanidad, algo que no tiene calificación delictuosa.
Una miss que concurre a estos certámenes está informada de sus derechos y de las obligaciones que reporta la elección. Deberá concurrir a convocatorias publicitarias, si la organización lo exige y entra en las normas pactadas, porque se trata, simplemente, de un negocio, con ramificaciones nacionales e internacionales, respaldado por un riesgo y una inversión económica. Pues se ha armado la gorda, y no queremos señalar a nadie, sino emplear una locución coloquial. El Instituto de la Mujer, la Secretaría General de Políticas de Igualdad y varias organizaciones del ramo denuncian el destronamiento de la miss, invocando la Constitución y la igualdad que debe existir entre los sexos, haciendo hincapié en que la maternidad -miss Cantabria es madre feliz de un bebé de tres años- «no supone ninguna limitación física, intelectual o laboral para las mujeres».

Esa exclusión, señalada con clarividencia, no afecta a los hombres, exclaman airadas, y en ello les damos toda la razón. Si algún individuo -sin un preceptivo y acreditado cambio de sexo- quiere presentarse a miss lo que sea, debe ser formalmente apartado de su pretensión, sin contemplaciones, sin tolerar el recurso a la igualdad de oportunidades. Todos somos iguales, de acuerdo, pero unos más que otros, y otros, de ninguna manera. No conocemos la postura explícita, por ahora, de los organizadores del concurso, ligado, como queda dicho, a organizaciones más amplias, pero creo que de toda confrontación debería salir lo más parecido a un compromiso. ¿Qué tal poner en marcha un concurso de madres jóvenes, solteras, con o sin compromiso? ¿Y por qué la discriminación de la edad? ¿Qué se opone a la elección de misses mayores de 60 años, entre cuyo número las hay de excelente ver? Quizá quienes arriesgan su dinero en experiencias, negocios o aventuras semejantes encuentren más seguro apostar sobre la juventud, la lozanía y la aceptación de las normas.
Algo positivo: anécdotas aparte, además de justificar la sacrosanta tarea de proteger al siempre vulnerable género femenino, nos distrae de bobadas como las guerras, el terrorismo, el paro, la educación, el descrédito del vino o de la sidra y otras paparruchas. Dicho sea con perdón.

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